Desde lashorasperdidas.com:
Los Vengadores es una extraña mala bestia, repleta hasta los topes de
grandes puntazos que sin embargo nunca dejan de parecer meramente
circunstanciales. Es, a la vez, rico en sus detalles pero
sorprendentemente austero en su estructura general: una larga
introducción, un constrictivo segundo acto reducido a un único gran
escenario y un clímax prolongado, intenso y megabrutal que parece puesto
ahí para terminar de convencerte, a la fuerza, de que estás viendo un
espectáculo histórico. Es una película que invierte, con enorme sentido
de la decencia, tiempo y molestias en sus personajes, y sin embargo
éstos nunca terminan de mover el film . En Los Vengadores, el sello
personal de su director –es el primer film Marvel que lo tiene desde el
inicio en 2008 de este “universo” particular con Iron Man–, se nota cada
segundo, con calidad, pero invierte la mayor parte de su gran talento
en enmascarar clichés con toques brillantes… y jamás termina de hacer la
película completamente suya.
Cinco películas con la de Favreau, historias individuales afectadas
por escenas-preparativo para este film y, con todo, Los Vengadores tiene
aire de prolegómeno: la simplicidad de su trama, el largo primer acto
de presentación, o la necesidad imperiosa de ganar al público con un
final apoteósico. Parece que el film necesita triunfar desesperadamente,
cuando en realidad debería capitalizar sobre todas las cosas buenas de
sus entregas precedentes y poner la guinda del pastel. Y Whedon era la
elección correcta para ello, no solo es un director capacitado para
manejar repartos, sino con una extraordinaria sensibilidad para definir
personajes con breves pinceladas –fijáos cómo en Serenity describe la
dinámica de grupo en un plano secuencia–, sentido del humor para todos
los gustos (increíble cociente de risas por gag en esta peli), ideal
para una producción con tantos protagonistas. Con fundamentos y buen
sentido del frikismo, capacitado para escoger las influencias correctas
(el Ultimates de Millar y Hitch, como se veía venir), y con corazón para
humanizar a sus personajes.
Pero no llega. Le encorseta su propio plan de juego: una plantilla
poco arriesgada, rescatada de sabe Dios qué versión del generador de
tramas de superhéroes. Nuevamente nos encontramos ante un plan modelo
Innecesariamente Complicado© en el que el manipulador, viboráceo y
obsesivamente llorón dios nórdico Loki decide emplear un teseracto
(conocido vulgarmente por los aficionados a los tebeos con el nombre de
Cubo Cósmico), para abrir una puerta de entrada a un Ejército de Bichos
Estándar con el objetivo de conquistar la Tierra. Loki es el gran
ejemplo de los problemas que tengo con el film: un megamoñas de villano
con ínfulas de grandeza que termina recibiendo tantas hostias que a la
Marvel solo le falta vender el muñeco con el cartel de “Ouch!” como el
del Coyote. Una de sus primeras apariciones, en Stuttgart, es
sintomática del resto de escenas: justo cuando está sometiendo a la
población (y a mis oídos) a golpe de monólogo, aparece un tipo normal
que le planta cara y, sin destripar mucho, baste decir que tiene motivos
de peso para hacerlo. Y entonces aparece el Capi y the game is on,
motherfucker. Es un toque brillante que logra salvar lo que sin embargo
nunca ha dejado de ser una escena innecesaria, chorra y denigrante para
el villano. Y si os siguen quedando dudas sobre el estado de emergencia
en el que vive la peli en este sentido: el agente Coulson, que no es más
un personaje secundario que ha ido pululando sin mayor trascendencia
por la serie de films precedentes, termina convirtiéndose en el gran
gancho emocional de la peli. Porque Whedon no tiene otra cosa donde
elegir.
Lo dicho aquí se aplica a los protas. Whedon domina al Capi, a Iron
Man y compañía como si los hubiera creado: les ha destilado hasta llegar
a la esencia (el porte regio de Thor, el sarcasmo de Tony, la
anacrónica nobleza del Capi… intactas) y los actores más cómodos con el
rol lo clavan de forma perfecta. El ejemplo de Downey Jr., fantástico y
siempre implicado con frases a la altura, es válido, pero insisto una
vez más en la aplastante convicción de Evans, porque este fulano
REALMENTE cree que es el Capi. Sin embargo, estamos un arma de doble
filo. Al reducirles al mínimo para marcar sus diferencias, todos los
Vengadores parecen estereotipos de sí mismos. Tienen una característica
personal puntual, distintiva, y luego diferentes series de habilidades
que dan mucho juego en las escenas de acción. Pero al ser de nuevo una
historia de orígenes, sus relaciones entre ellos son todavía muy
elementales: se acaban de conocer y se están tanteando. No tenemos clara
la jerarquía, todos parten al mismo nivel y por ello fracasan los
conflictos –rápidos, forzados– que Whedon intenta establecer entre
ellos. La idea de repartir minutos no es mala y satisfará a muchos, pero
no todos los personajes están a la altura (Johansson experimenta una
mejora palpable, pero Hemsworth todavía no tiene calado del todo a Thor y
Renner está criminalmente infrautilizado) y a mí me falta un ancla,
alguien que guíe la acción, sobre todo en este film inicial. Whedon
identificará el problema y se lo cepillará convenientemente en la
secuela, seguro, pero ahora se lo anoto en el “debe”.
No se quejarán de los diálogos, eso seguro, fluidos y dotados ese
ritmo tan particular que siempre te mantiene alerta porque ninguna
pregunta de Whedon es idiota y ninguna respuesta es la que te esperas.
Pero salvo un par de momentos en los que merecen ser realmente
dominantes (una excelente duelo de ingenio rollo Lecter/Clarice entre
Loki y la Viuda Negra), muchos carecen de un mayor propósito que el de
demostrarte que Los Vengadores son seres humanos. Y eso no se dice. Se
hace. Me faltan escenas. Prefiere hablar antes que mostrar. Prefiere
enseñarnos a un Capi frustrado con un mundo que no entiende a través de
una parrafada con Nick Furia, en lugar de intentar recuperar al amor que
perdió en la guerra (¿cómo desaprovechas esa idea?). Deliberan,
divagan, discurren y debaten pero no se mueven.
Quizás por eso las secuencias de acción de la peli son extrañamente
liberadoras. En particular la primera de las gordas, en las que Whedon
tiene oportunidad de desatar todas las capacidades de combate de sus
protagonistas –no se olvida de la habilidad del Capi con las armas de
fuego, y tiene el excelente gusto de dejar a Evans con el rostro al
descubierto para que nos identifiquemos con el actor. Gran detalle– en
contextos muy distintos y con funciones concretas, ricas y variadas. La
mencionada secuencia es fantástica a todos los efectos. Ningún pero. Es
más, el clímax sufre en comparación al poner prácticamente a todos sus
personajes en modo destroyer (aunque es fantástico ver al puto Renner en
acción, este tío ha nacido para hacer esta clase de pelis). Hulk domina
prácticamente esta secuencia a pesar de que no se aprecia ninguna
mejora ostensible sobre versiones digitales precedentes –a todo esto:
frente a la intensidad de Norton, Ruffalo está con un valium en vena, el
contraste funciona en detrimento del actor humano; aquí Ruffalo muere
por la causa– y su director, nuevamente, nos concede un momento de BIG
DAMN HEROES e, inmediatamente después, el Gran Momento Cómico del film
(perfecto). Este señor no es idiota. Ni muchísimo menos.
No es idiota pero todavía no está suelto. Super Whedon (Serenity) no
solo es capaz de mezclar géneros: les da la vuelta, y es capaz incluso
de crear personajes moralmente ambiguos sin que por ello dejen de
conectar mínimamente con el público. Es capaz de usar robos,
persecuciones, peleas como carril de la acción, progresando la trama sin
artificios, y activando a sus personajes en cualquier momento y lugar.
Es capaz de un nivel muy, muy, muy superior a lo visto aquí. Lo mejor de
Los Vengadores es lo que va a pasar a partir de su estreno en EEUU,
cuando haga 150 kilazos el primer finde y el jefe de la Marvel le
ofrezca el oro, el moro y la libertad creativa que tanto ansía. Con eso,
y con el monumental villano que se avecina para la segunda entrega, hay
motivos de sobra para creer. Pero de momento, todo prólogo. Otra vez.
Eso es lo que más me jode.
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